Aprender a leer las propias estaciones
- Oriana Muñoz Ramos
- 1 sept
- 3 Min. de lectura
Actualizado: hace 2 días
En estos días, en que se siente que el invierno se va pero aún se aferra a unas cuantas lluvias de agosto, y donde la primavera pareciera adelantarse, mostrando que ha llegado a través de los árboles que florecen en medio de la ciudad. He estado pensando que estos cambios de clima y de estación pueden funcionar como una metáfora con la terapia; con aquello que ocurre dentro de la consulta.
Porque viendo desde afuera o viendo en la superficie, es como si todo estuviera un poco extraño. Escucho comentarios del tipo, “que raro ha sido este invierno, un día hay sol y al otro llueve” o “ha estado cambiante este invierno”, incluso escuchar que el tipo que da el tiempo no le achunta a nada últimamente (aunque tengo recuerdos de que eso siempre ha sido un poco así). Y es que hay algo en la naturaleza que se nos escapa siempre, que no podemos predecir, pero si prestamos atención a las sutilezas y detalles, se puede reconocer en qué estamos.
Y ahí me imagino escuchando todo lo que cuenta cada paciente en la consulta, una narrativa que a menudo es contradictoria y confusa, como esa mezcla de clima que oscila constantemente y pareciera que no sabemos nada de lo que ocurre ni por qué, si mañana lloverá o habrá sol, si me abrigo o no…
Pero siempre hay algo que no miente, algo que da señales, y en el caso de las estaciones del año la naturaleza tiene su propio ritmo, y ella nos muestra en qué momento estamos, independiente de lo que nos nubla la vista. Los árboles marcan sus estaciones, sus momentos, y es que cuando ellos deciden florecer es porque es tiempo de florecer y ya, se empiezan a poner verdes las ramas y algunos muestran sus lindas flores de colores, y ahí notamos que la primavera ya está aquí.
En la clínica pasa algo que roza esa manifestación tan natural, y es que a veces el cuerpo se manifiesta y ya, el cuerpo sabe lo que le pasa; uno sabe lo que le pasa pero se pierde entre tanta cosa. Y hay señales que indican por dónde ir, que indican dónde estamos. Esas señales a veces son dolores corporales, a veces se escapan como errores en el lenguaje; cuando se dice algo por error pero la verdad se quería decir otra cosa, cuando nos reímos de nuestras desgracias, cuando soñamos con cosas que no entendemos, cuando hacemos algo sin darnos cuenta o nos preguntamos: ¿por qué fui para allá? cuando en realidad quería ir a otro lado, o ¿qué hago aquí?
Es como si hubiese algo dentro de cada uno que tiene claridad de lo que quiere, pero otra parte no quiere ver, porque está ocupado en el día a día. Es como cuando caminamos por la calle y ni siquiera notamos eso que acontece, ni siquiera miramos a nuestro alrededor para percibir esa hoja brotando del tallo que sutilmente se gesta, porque vamos en automático.
Y aunque en la superficie haya caos, aunque muchas veces no entendamos lo que ocurre, hay una lógica interna, que cuando empezamos a prestar atención y detenernos en esos pequeños brotecitos, no hay vuelta atrás, toca florecer y entregarse a esa transformación.
Esta reflexión creo que es una invitación a que prestemos atención a nuestro propio clima, a nuestra propia extrañeza, y que podamos en cada sesión de análisis aprender a leer nuestras propias estaciones.

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