La Psicoterapia
- Oriana Muñoz Ramos
- 28 ago
- 2 Min. de lectura
Ver el sufrimiento de una persona es un lugar único, como muchos otros me imagino, pero este es un lugar único porque se puede palpar algo de lo real. Eso que es tan singular, tan enigmático, tan resistente, tan ilógico, tan fugaz, se aparece algunas veces entre medio de quién habla, de quién cuenta su vida, su historia, su implicancia, y que cada día, cada semana, llega a revelar un poco más de sí, arriesga de a poco, queda al desnudo por capas, hasta que en cierto segundo se dejar ver, mostrando hasta lo más recóndito de su ser.
Ver cómo esa persona se entrega a sentir fragilidad, a volverse vulnerable, a empezar a verse y dejar de mentirse, dejar de recurrir a los mismos argumentos que alguna vez aprendió, dejar de darse las mismas explicaciones una y otra vez.
Ver cómo esa persona para, se detiene a mirar, a sentir, a revivir, a pasearse por sus hebras más sensibles, por tejidos que muestran nuevos puntos de apertura, para hilar nuevas formas de estar, o al menos, construir un torpedo de eso que le pasa, para que cuando el temblor llegue, pueda mirarlo y decidir.
Ver el sufrimiento duele, quizás son esos momentos que me hacen sentir viva, atenta a que estoy viva, y solo queda dejarse afectar por ese inconsciente que aflora, acogerlo, darle cabida; un lugar.
Ver el sufrimiento duele, pero una vez que otra cosa empieza a crearse, al ver que la trama cambia, que los personajes se cambian de vestuario, que hay movimiento en las escenas y que hay giros en el guión. Ahí cuando el sufrimiento empieza a mutar, en las mil y una formas, aparecen tantos caminos como decisiones se puedan tomar. Ver el sufrimiento duele, pero ver como va cediendo y encontrando nuevas formas, que las lágrimas pueden ser de otra cosa, es algo a lo que jamás dejaré de apostar.

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